Gilda: una vida por la comunidad

Ha muerto Gilda Chacón Bravo. Conozco que fue funcionaria de la Central de Trabajadores de Cuba aunque no de sus intimidades. Era una vecina. Una mulata hermosa, elegante y presumida en la mitad de su vida. La veía en ocasiones temprano en la mañana cuando esperaba para que la llevaran al trabajo. Y en las tardes cuando, sin pizca de cansancio, regresaba. Yo hasta la admiraba por su vocación comunista, a mi juicio y con todo el derecho a estar equivocada, porque cada quien piensa de acuerdo a sus tradiciones y convencimiento aunque no sirva de mucho. Gilda fue delegada del Poder Popular en mi zona y sé de sus esfuerzos. Un día cualquiera cuando sobrevinieron unas elecciones a la manera cubana otro alguien le sustituyó en el cargo. Pero ella siguió con su dedicación comunitaria haciendo por nuestro entorno. Hacía ya unos dos meses no la encontraba a mi paso, y a veces me extrañaba pero, ciertamente, confieso que no suelo indagar por la vida del vecindario. La última vez que nos tratamos fue en la reunión del Consejo de Vecinos, que ella presidió hasta su deceso. Pedí la palabra para discrepar y tuve que imponerme ante la evasiva de concedermela. Me fui de la reunión con la convicción que he cumplido de no acudir a otra cita con el Consejo de Vecinos. Todo venía, casi aseguro, porque en una de las últimas elecciones del Poder Popular antes de la pandemia, que ella organizaba, fui la única persona entre los presentes del edificio que se abstuvo en la votación por la candidata de turno. No por tener nada contra ella sino por el cansancio que sale de mis entrañas ante el desgaste de uno u otro delegado en no poder cumplir con las necesidades del barrio. Pero Gilda me puso en días siguientes rostro «amarrado» como decimos los cubanos, por salirme de la norma. Yo no le di importancia. No fue la única. Tampoco acostumbro a que me hagan mella los rencores. Me duele el fallecimiento de Gilda. La venció finalmente el cáncer me dijo una vecina cercana y me lo confirmó una fuente médica. Comentan que se sentía mal pero los médicos no le dieron importancia. Pienso que quizás la enfermedad y el trabajo no le permitieron mucho tiempo. Ya, con la metástasis a cuestas, el área de salud percibió su estado y la ingresó en el Hospital Clínico Quirúrgico Manuel Fajardo, de la barriada habanera del Vedado, pero sin tiempo para retenerla en este mundo hecho para todos. Y me conmueve su pérdida y sus esfuerzos por mejorar lo que nos pertenece. Y lamento preguntarme hasta qué punto de su agenda diaria le ayudaron. Yo escribo a vuelo de pájaro con mis sentimientos al borde del asombro. No son buenos los tiempos que corren, creo he olvidado cuando recibí una buena noticia. Esas de verdad. Y digo adiós a Gilda con mis condolencias a flor de piel.

(Sonia Sánchez)

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